Estaba Sancho sorprendido, pues no descubría ningún ejército.

-"¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines?"

-"No oigo -replicó Sancho- sino balidos de ovejas."

-"El miedo te hace que ni veas ni oigas a derechas."

Y diciendo esto, puso espuelas a Rocinante...

-"¡Ea, caballeros del valeroso Pentapolín del Arremangado Brazo, seguidme todos!"

Entró por medio del escuadrón de ovejas, y las alanceó como si fueran enemigos. Los pastores que venían con la manada, le apedrearon con sus hondas, derribándole del caballo. Viéndose maltrecho, sacó un recipiente en el que guardaba el bálsamo de Fierabrás y fue a beberlo, pero una piedra le dio en la mano y el recipiente voló por el aire.

Subió don Quijote sobre Rocinante y Sancho sobre Rucio, y ambos siguieron el camino donde les alcanzó la noche.

Daba Sancho diente con diente al acercarse varios encapuchados con hachas encendidas, y detrás una litera enlutada. A don Quijote se le representó que sobre aquellas andas debía de ir algún cautivo, y arremetió contra los encapuchados, que salieron huyendo. Sancho les gritó que su amo era EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA. A don Quijote le gustó aquel apelativo y decidió llamarse así en adelante.

Al dejar aquellos parajes, vieron a un hombre que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y que no era sino una bacía que el viajero -que era barbero- se había puesto para resguardarse de la lluvia que empezaba a caer. Abalanzándose sobre él, don Quijote le conminó:

-"¡Defiéndete, cautiva criatura, o entrégame voluntariamente el yelmo de Mambrino!"

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